Al otro día entre con mi máquina de escribir a clase, la grabadora, unos audífonos de cable , desgrave y entregue la historia al profesor Ávila. En el periódico no me publicaron. Nunca pude entregar las baterías. Lo asesinaron un 18 de agosto de 1989. Sigo recordando la entrevista.
Esa mañana el profesor Fernando Ávila dijo que deberíamos para la próxima clase traer una entrevista y escribirla en el aula. “Debe ser alguien con un referente regional o nacional”. Era Taller de Redacción y nos preparaban para ese examen, una sola vez se presentaba, era necesario pasar para llegar a sexto semestre, sin importar que las demás materias se hubiera sacado 5.0
Recuerdo que eran días que íbamos a la Universidad de la Sabana con nuestras máquinas de escribir, una cinta azul que nos ayudaba a borrar. Armenta, siempre decía que se valía soñar, nos recordaba como Gabo había perdido su máquina el 9 de abril, la había empeñado.
En el camino a casa, un bus de 32 pasajeros sentados, pocos de pie, por la hora, dos de la tarde, pensaba quién en Zipaquirá podría tener ese perfil… Eran los días de 1983.
Cuando llegue a mi casa, la cobertura periodística no encontraba el camino. Por alguna razón que aún no entiendo, el director de “Vistazo a la Provincia” el señor Raúl , me dijo. «Joven en el Club Zipa, estará un buen político, Luis Carlos Galán Sarmiento»
Eran épocas que no había internet y menos comunicados de prensa, asesores de medios, inteligencia artificial. Un teléfono en casa y llamar a Bogotá siempre significaba. “Pedro Enrique, eso vale, no se demore, sustentaba Alicita como madre protectora. El teléfono era de botones, algo moderno. Algunos vecinos lo tenían de disco.
Tome mi grabadora Sony, es la foto que acompaña esta historia, me la había mandado la tía Leonor de San Andrés, donde decían que se conseguían las mejores cosas. Tenía dos baterías doble A y funcionaba con un casete. La magia, era de las pocas del salón que el casete pasaba automáticamente del lado A al B. Mi papá se había asegurado que no me fuera a dar líos la tecnología.
Llegue al sitio de mi encuentro, la palabra de un estudiante de periodismo para un portero tenía valor. “Joven Mendoza siga, pero se hace a un ladito”. Y como si rebobinara mis instantes, recapitule como habíamos logrado pasar los retenes de la policía para estar cerca de la Embajada de la República Dominicana que había sido tomada por el M-19. La emoción duró como 12 minutos cuando unos policías nos retiraron, decíamos, somos prensa, el policía decía, son estudiantes.
Esa noticia, duró 61 días y los periodistas estaban las 24 horas, ahora …… se van muy rápido, como el internet. Por supuesto no tenía en ese semestre mi grabadora.
Esa experiencia me daba confort. En el recinto estaba el Doctor Galán. Tome nota con mi “kilométrico”, tinta negra, tapa siempre asegurada y un cuaderno Jean Book que llevaba siempre. Escribí algunas frases. Él tenía su saco y corbata perfectamente alineados. Voz fuerte y segura.
Cuando terminó me acerque tímidamente, le pregunte que si podía contestarme unas preguntas para un trabajo de la Universidad y un pequeño periódico local, en el cual estaba empezando.
Me dijo que claro y aquí está la magia de la historia. ¡LA GRABADORA NO PRENDIÓ!. Fueron eternos segundos. Entonces, con su voz pausada afirmó. ¡Pueden ser las baterías… yo en silencio. Le dijo a un fotógrafo que lo acompañaba. ¡Hágame el favor y le presta dos baterías al periodista!
Y así fue aparecieron dos baterías y el mismo Luis Carlos Galán las puso en la grabadora. Hice las preguntas con voz temblorosa. Las contestó y se marchó con una gran sonrisa. Al otro día entre con mi máquina de escribir a la clase, la grabadora, unos audífonos de cable, desgrave y entregue la historia al profesor Ávila. En el periódico nunca me la publicaron y el profe nunca me la devolvió. Pase mi Taller de Redacción junto con Armenta. Camacho, Andrade y casi todos mis compañeros. Había un código de silencio que no permitía saber quién lo había perdido.
A Luis Carlos Galán nunca le pude entregar las baterías. Lo asesinaron un 18 de agosto de 1989. Ese día lloré, seguramente como muchos colombianos, impotencia frente al poder del narcotráfico.
Hace poco, en un evento en Cartagena, me encontré con su hijo Juan Manuel, era senador y daba una conferencia. Lo espere a la salida del Centro de Convenciones, me le acerque y me dijo, ¿Qué necesita el periodista de El Espectador? Sonreí. “Senador cumplimos años el mismo día y le debo a su papá unas baterías”. Le conté la historia, hablamos un rato y luego me dio un abrazo que guardo en mi alma.
Hoy miro la grabadora que cuido como parte de mis recuerdos. Gracias, Luis Carlos Galán